
Péptidos secretagogos de hormona de crecimiento
La búsqueda de optimizar nuestro rendimiento y ralentizar el reloj biológico nos ha llevado a explorar profundamente el papel de nuestras hormonas. Una de las más importantes en este campo es, sin duda, la hormona del crecimiento (GH). Sabemos que, al igual que la testosterona, sus niveles decaen con la edad, afectando directamente nuestra capacidad de recuperación, la calidad del sueño y nuestros niveles de energía.
Para evaluar el estado de nuestra GH, no medimos la hormona directamente debido a su cortísima vida en la sangre. En su lugar, recurrimos al IGF-1, un factor de crecimiento producido en el hígado como respuesta a la GH.
En niños con una deficiencia severa de la hormona del crecimiento, una condición conocida como enanismo hipofisario, el impacto es profundo y va mucho más allá de la simple estatura. El signo más visible es, por supuesto, una talla notablemente baja, pero el problema es sistémico. Estos niños a menudo presentan una composición corporal alterada, con una mayor proporción de grasa corporal y una menor masa muscular. Sus huesos pueden ser más frágiles y su desarrollo óseo se retrasa. Metabólicamente, pueden tener dificultades para mantener niveles de glucosa estables.
Es en este contexto clínico donde la hormona del crecimiento sintética (HGH) juega un papel vital. Administrada bajo supervisión médica, permite a estos niños alcanzar una estatura dentro del rango normal y corregir muchos de los desequilibrios metabólicos y de composición corporal. Este uso terapéutico en niños es el origen de la búsqueda de la GH como agente anabólico y regulador, mejorando rendimiento y con efecto anti-envejecimiento.
Los péptidos secretagogos no son hormona del crecimiento; son moléculas que le indican a nuestro propio cuerpo que la produzca. Actúan principalmente a través de dos vías distintas en el cerebro.
La primera vía es el receptor del péptido liberador de la hormona del crecimiento (GHRP), que es, de hecho, el mismo receptor para la grelina, la famosa “hormona del hambre”. Esto explica por qué el ayuno es un potente estímulo natural para la GH. Dentro de esta familia, dos compuestos son los más populares: el MK-677 (ibutamoren) y la ipamorelina. El mk-677, que se administra por vía oral, es muy eficaz y puede aumentar el IGF-1 entre un 40% y un 70%. Su principal desventaja es un aumento considerable del apetito. Por otro lado, la ipamorelina, un péptido inyectable, es conocida por su excelente perfil de seguridad y por ser muy bien tolerada, aunque su potencia es más moderada.
La segunda vía es el receptor de la hormona liberadora de la hormona del crecimiento (GHRH). Aquí, los protagonistas modernos son el CJC-1295 y el tesamorelin. El CJC-1295 es muy eficaz, pero es crucial utilizar la versión “sin dac”, que tiene una vida media corta y requiere una aplicación diaria, ofreciendo un mayor control y seguridad. El tesamorelin (egrifta) es, sin duda, el más potente de esta clase. Al estar aprobado por la FDA, cuenta con un respaldo robusto de datos en humanos. Su principal inconveniente es su altísimo coste, lo que a menudo limita su uso a dosis más bajas de las estudiadas oficialmente.
Aquí es donde la estrategia se vuelve realmente interesante: la sinergia. La práctica más extendida y eficaz consiste en combinar un péptido de cada familia para lograr un efecto multiplicador. La combinación más popular por su equilibrio entre coste y eficacia es CJC-1295 junto con ipamorelina. Para aquellos que buscan la máxima potencia, la combinación de tesamorelin con ipamorelina es la opción superior.
Los péptidos siempre son de menor potencia que la GH sintética. Dosis de 2-3 UI nocturnas pueden llevar el IGF-1 a niveles de 250-300 ng/ml o más, cifras que los péptidos, incluso combinados, raramente alcanzan. La gran ventaja de los péptidos es que trabajan con la fisiología de tu cuerpo, estimulando la liberación natural y pulsátil de GH.