
La ciencia nos muestra que el tejido adiposo no es solo un depósito inerte de energía. Está activamente inervado por neuronas que, al liberarse adrenalina, inicia la movilización y oxidación. Este proceso de dos pasos es fundamental: la grasa debe ser liberada de sus células de almacenamiento para viajar por el torrente sanguíneo; y en segundo lugar debe ser “quemada” dentro de las mitocondrias de otras células para producir energía. La adrenalina es el catalizador que acelera ambas fases, y aprender a estimularla de manera controlada es el secreto para optimizar la pérdida de grasa.
Una de las herramientas más accesibles y sorprendentes para lograrlo es lo que se conoce como Neat (termogénesis por actividad no asociada al ejercicio). Equivale a esos pequeños movimientos que haces durante el día sin darte cuenta: mover la pierna mientras estás sentado, caminar de un lado a otro mientras hablas por teléfono o cambiar de postura constantemente. Estos gestos, a menudo vistos como tics nerviosos, son en realidad una forma muy eficaz de estimular la liberación de adrenalina y quemar una cantidad significativa de calorías a lo largo del día. Ser una persona inquieta, en este contexto, es una ventaja metabólica.
Otro pilar fundamental es la exposición deliberada al frío, pero no de la manera que muchos imaginan. La clave no es adaptarse al frío, sino provocar activamente el temblor o tiritar. Cuando nuestro cuerpo tiembla, no solo quema energía por el movimiento muscular, sino que libera una molécula llamada succinato. Esta molécula viaja hasta la “grasa parda“, un tipo de tejido adiposo especializado en generar calor, y la activa para que queme aún más calorías. Un protocolo eficaz consiste en entrar en un ambiente frío (como una ducha fría) hasta empezar a tiritar, salir durante uno o tres minutos sin secarse, y repetir el proceso un par de veces más.
Por supuesto, el ejercicio también es crucial, pero su eficacia puede potenciarse estratégicamente. Realizar ejercicio en ayunas mantiene los niveles de insulina bajos, creando un entorno hormonal ideal para que el cuerpo recurra a la grasa como combustible. La estrategia más efectiva, según la evidencia, es comenzar con un entrenamiento de alta intensidad (como pesas o sprints) durante 20 a 60 minutos, para luego pasar a un cardio de baja o moderada intensidad (conocido como Zona 2). Esta combinación provoca un gran pico de adrenalina inicial, seguido de un período sostenido de quema de grasa.
Finalmente, existen compuestos que pueden apoyar este proceso. La cafeína, consumida antes del ejercicio, es un conocido estimulante de la adrenalina. La yerba mate también ha demostrado ser eficaz, ya que aumenta la hormona GLP-1, que facilita la oxidación de grasas, sobre todo cuando se toma antes de entrenar. Otros compuestos como la berberina o la metformina (un fármaco de prescripción) ayudan a mantener bajos los niveles de insulina, lo que indirectamente favorece un estado de quema de grasa.
En definitiva, la pérdida de grasa es mucho más que una simple resta de calorías.