La inflamación intestinal es una condición subyacente a muchas enfermedades crónicas que van mucho más allá del sistema digestivo.

En esencia, es una respuesta biológica compleja a una lesión en cualquier parte del tracto gastrointestinal (desde la boca hasta el ano), causada por patógenos, daño celular o irritantes.

A nivel técnico, implica una mayor producción de moléculas proinflamatorias como citoquinas e interleucinas. Esta condición se manifiesta a través de una amplia gama de síntomas, tanto digestivos como sistémicos. Los más comunes incluyen hinchazón, dolor abdominal, diarrea, calambres, estreñimiento, flatulencia excesiva y urgencia para defecar. Pero la inflamación no se limita al intestino; también puede provocar fatiga crónica, pérdida de peso, fiebre y anemia, demostrando que rara vez es una condición asintomática.

La inflamación intestinal no tiene una única causa, sino que es el resultado de una compleja interacción de factores dietéticos, de estilo de vida e inmunitarios. Entre los principales desencadenantes encontramos:

  • Dieta proinflamatoria: el consumo elevado de alimentos ultraprocesados, azúcares refinados, grasas saturadas y trans puede alterar el equilibrio del microbioma y dañar la barrera intestinal.
  • Disbiosis intestinal: un desequilibrio en la comunidad de microorganismos del intestino, con un exceso de bacterias proinflamatorias y una falta de bacterias beneficiosas, es uno de los principales motores de la inflamación.
  • Infecciones crónicas: la presencia de patógenos no resueltos, como bacterias (h. Pylori, c. Difficile), parásitos o virus, puede mantener al sistema inmunitario en un estado de alerta constante.
  • Estrés crónico: la conexión intestino-cerebro es bidireccional. El estrés prolongado afecta negativamente la permeabilidad intestinal y la composición del microbioma, promoviendo un estado inflamatorio.
  • Toxinas y medicamentos: la exposición a toxinas ambientales, el consumo excesivo de alcohol y el uso de ciertos medicamentos, como los antibióticos y los antiinflamatorios no esteroideos (aines), pueden dañar directamente la mucosa intestinal.

Marcadores

Para un diagnóstico preciso, nos apoyamos en varios marcadores funcionales medidos en heces. El marcador más conocido es la calprotectina, un indicador fiable de inflamación aguda que nos ayuda a diferenciar entre la enfermedad inflamatoria intestinal (EII) y el síndrome del intestino irritable (SII). De forma similar, la lactoferrina también señala inflamación, pero es especialmente útil para medir la actividad de la enfermedad y monitorear la respuesta al tratamiento.

Otro test crucial es la detección de sangre oculta en heces, un indicador de daño en la mucosa que, si es de causa desconocida, requiere una derivación médica inmediata. Finalmente, la inmunoglobulina a secretora (sIgA) nos da una visión de la inmunidad de la mucosa; sus niveles pueden aumentar en fases agudas y agotarse en estados de inflamación crónica, similar a la respuesta del cortisol al estrés.

Microbioma

El análisis del microbioma es fundamental para entender los impulsores de la inflamación. Una disbiosis puede llevar a la proliferación de bacterias que producen compuestos altamente proinflamatorios como el hexa-LPS, que alimenta el fuego inflamatorio. Por otro lado, un microbioma sano es rico en bacterias que producen compuestos beneficiosos conocidos como ácidos grasos de cadena corta (AGCC), como el butirato, que tiene un potente efecto antiinflamatorio, nutre las células del colon y fortalece la barrera intestinal.

Tratamiento

El tratamiento debe ser siempre personalizado, pero un enfoque integral suele combinar las siguientes estrategias:

El primer paso es reducir la inflamación activa. Para ello, recurrimos a compuestos naturales con sólida evidencia científica. La curcumina, el compuesto activo de la cúrcuma, es conocida por sus potentes efectos antiinflamatorios. Junto a ella, los ácidos grasos omega-3, especialmente EPA y DHA, son fundamentales para producir moléculas antiinflamatorias. El gel de aloe vera (la parte interna de la hoja) es útil para calmar la mucosa en casos de inflamación leve, y otros compuestos como la boswellia serrata y la quercetina también ofrecen un gran apoyo.

Paralelamente, es esencial manejar el microbioma. Para reducir los niveles de hexa-lps, prebióticos como los gos (galactooligosacáridos) han demostrado ser eficaces. La dieta juega un papel central, priorizando una gran variedad de fibras de vegetales y limitando las grasas saturadas.

Una vez que la inflamación está bajo control, el enfoque se dirige a reparar la barrera intestinal. Nutrientes como la L-glutamina, que es el combustible principal para las células intestinales, junto con el zinc, esencial para la integridad de las uniones estrechas, y las vitaminas A y D, son clave para restaurar la inmunidad de la mucosa.