
Desde una perspectiva clínica, es fundamental reconocer al cerebro como un órgano de una demanda metabólica excepcionalmente alta. Aunque solo representa el 2% del peso corporal total, consume un desproporcionado 20% de la energía del organismo. Esta energía se suministra casi exclusivamente a través del trifosfato de adenosina (ATP).
Cuando la demanda de energía neuronal supera la oferta —ya sea por estrés, falta de sueño o un esfuerzo cognitivo intenso— se produce un déficit bioenergético. Este desequilibrio es la base fisiopatológica de síntomas tan comunes en la consulta como la niebla mental, la fatiga y la lentitud de pensamiento.
Lejos de ser una droga sintética, la creatina es un compuesto natural que el organismo sintetiza endógenamente en el hígado, los riñones y el páncreas a partir de aminoácidos. Su función principal no es estructural, sino energética, actuando como un banco de energía de reserva para el cerebro. La creatina, almacenada en el tejido cerebral como fosfocreatina, dona de forma instantánea su grupo de fosfato al ADP, recargándolo y regenerándolo de nuevo en ATP de alta energía. Este proceso es órdenes de magnitud más rápido y eficiente que generar nuevo ATP a partir de glucosa, proporcionando un buffer de energía inmediato para situaciones de alta demanda mental.
La suplementación con creatina ha demostrado tener efectos positivos y significativos sobre la función cognitiva. Un estudio de la Universidad de Sydney, centrado en vegetarianos, encontró una mejora sustancial en la memoria de trabajo y la inteligencia general. De forma similar, investigadores de la Universidad de Sunderland observaron mejoras en el cociente intelectual (IQ), la capacidad de atención y la memoria. Más allá de la memoria, la investigación también respalda que la creatina puede acelerar la velocidad de procesamiento de la información.
Quizás uno de los hallazgos más relevantes para la práctica clínica es su efecto bajo condiciones de estrés fisiológico. Un estudio de 2024 reveló que una única dosis alta de creatina en individuos con privación de sueño mejoró notablemente su rendimiento en tareas cognitivas, con efectos que se mantuvieron hasta por nueve horas. Su potencial neuroprotector también se ha observado en casos de lesión cerebral traumática (TBI), donde ha demostrado reducir la incidencia de mareos y fatiga post-concusión.
La suplementación con creatina es especialmente relevante en poblaciones específicas. Los vegetarianos y veganos, debido a la ausencia de carne en su dieta, presentan niveles basales de creatina significativamente más bajos, y los estudios han mostrado en ellos mejoras del 20-50% en pruebas de memoria e inteligencia tras la suplementación. Otra población clave son los adultos mayores, en quienes los niveles naturales de creatina disminuyen con la edad, en paralelo al declive de la función mnésica. Varios estudios han demostrado que la creatina mejora significativamente la memoria en este grupo demográfico. Finalmente, individuos sometidos a un alto estrés mental, como estudiantes o profesionales, pueden beneficiarse de este suplemento para mantener el rendimiento cognitivo bajo presión.
La forma más estudiada, efectiva y económica es el monohidrato de creatina. La dosis de mantenimiento recomendada es de 5 gramos por día, cantidad suficiente para saturar las reservas tisulares en unas pocas semanas. Opcionalmente, se puede realizar una fase de “ataque” o carga con unos 10 gramos diarios durante la primera semana para acelerar este proceso de saturación. Es uno de los suplementos más investigados del mundo, con un perfil de seguridad extremadamente robusto, lo que lo convierte en una intervención de bajo riesgo y alto potencial para optimizar la bioenergética cerebral.