
El campo emergente de la psiquiatría metabólica está redefiniendo nuestra comprensión de las enfermedades mentales, alejándose del paradigma exclusivo del desequilibrio químico para explorar las profundas conexiones entre el metabolismo y la función cerebral.
La evidencia creciente indica que la disfunción metabólica, particularmente la resistencia a la insulina, es un factor fundamental en la patogénesis de diversos trastornos psiquiátricos. Los datos clínicos son convincentes. Un estudio notable en pacientes con enfermedades mentales graves y resistentes al tratamiento, incluyendo depresión mayor, trastorno bipolar y esquizofrenia, demostró resultados que superan con creces las intervenciones estándar. De 31 pacientes que llevaban una media de diez años enfermos y tomaban una media de cinco medicamentos psiquiátricos, el 43% alcanzó la remisión clínica completa y el 64% pudo reducir su medicación tras adoptar una dieta cetogénica. Análisis retrospectivo del Dr. Dena, “The Ketogenic Diet for Refractory Mental Illness: A Retrospective Analysis of 31 Inpatients” Frontiers in Psychiatry en 2022.
La Universidad de Oxford, publicó en 2024 en la revista European Child & Adolescent Psychiatry un estudio sobre la implementación de una dieta cetogénica en TDAH, con mejoras drásticas y rápidas en la atención, la impulsividad, la hiperactividad y, de manera muy significativa, en la estabilidad emocional y el comportamiento. A menudo, estas mejoras permitieron la reducción o suspensión de la medicación.
El fundamento científico de este enfoque reside en atacar de raíz los tres pilares interconectados de la disfunción cerebral:
Inflamación y estrés oxidativo:
Son activados principalmente por los carbohidratos refinados y los aceites de semillas industriales. Estos alimentos activan la vía de la quinurenina, un proceso que desequilibra neurotransmisores clave. Reduce la serotonina (calma) y el GABA (el principal neurotransmisor inhibidor o “freno” del cerebro), mientras dispara el glutamato (excitador o “acelerador”) hasta niveles neurotóxicos, causando un estado de ansiedad, agitación y daño neuronal directo.
Disfunción energética (resistencia a la insulina cerebral):
El cerebro pierde su capacidad para utilizar eficazmente la glucosa como combustible, a pesar de que haya mucha disponible. Esto crea una brecha energética crónica, descrita como un cerebro “muriendo de hambre lentamente en un mar de glucosa”. Es una causa fundamental de la niebla mental, la falta de concentración y la fatiga.
Disfunción mitocondrial:
La dependencia ineficiente de la glucosa genera un exceso de estrés oxidativo que daña directamente a las mitocondrias (las centrales energéticas de nuestras células). Las cetonas, en cambio, son un combustible más limpio y eficiente que protege y mejora la función mitocondrial. Restaura la capacidad del cerebro para funcionar como un “motor híbrido”, lo cual es crucial para su salud y rendimiento óptimo.
Aplicación práctica
La aplicación práctica de estos principios comienza con una reestructuración dietética rigurosa, centrada en la eliminación estricta de todos los carbohidratos refinados y azúcares (sacarosa, jarabes, miel). De manera especialmente crítica, se aconseja la eliminación total de los granos (trigo, maíz, arroz, avena) por ser fuentes principales de antinutrientes y disrupción metabólica, así como la erradicación completa de los aceites de semillas pro-inflamatorios como el de girasol, maíz, soja y canola.
Durante la fase inicial, la mayoría de las legumbres y frutas con alto contenido de azúcar también deben ser eliminadas para asegurar la cetosis. En su lugar, la dieta se construye sobre una base de alimentos que promueven la sanación metabólica. La principal fuente de energía provendrá de grasas saludables como el aguacate, el aceite de oliva virgen extra y el aceite de coco, complementadas con proteínas de calidad en cantidad adecuada, no excesiva, provenientes de carnes de pasto, pescados grasos y huevos. Los carbohidratos se limitarán a los que se encuentran en vegetales fibrosos y bajos en almidón, como las hojas verdes y el brócoli, con un uso cauteloso y moderado de nueces y semillas bien toleradas.
La transición a este estado metabólico debe ser gestionada con cuidado para garantizar la seguridad y la adherencia. Se recomienda un enfoque gradual. La primera fase implica reducir la ingesta de carbohidratos a aproximadamente 90 gramos diarios durante una o dos semanas. Esto permite que los niveles de insulina desciendan de manera controlada. Posteriormente, la ingesta de carbohidratos se reduce a menos de 50 gramos, e idealmente a 20-30 gramos diarios, para entrar y mantener la cetosis. El cuerpo requiere un período de adaptación a la grasa, que puede durar de dos a seis semanas. La respuesta clínica puede variar, con mejoras observadas en tan solo tres días, tres semanas o hasta tres meses. Es fundamental mantener la dieta de manera consistente durante al menos seis semanas para evaluar su eficacia. Herramientas como el aceite MCT no reemplazan los beneficios sistémicos de la cetosis endógena, que incluyen la necesaria reducción de la glucosa y la insulina.
Para personalizar y monitorizar el progreso, es esencial evaluar la salud metabólica. Esto se puede hacer mediante la medición de la circunferencia de la cintura, que no debe exceder la mitad de la altura, y a través de análisis de sangre clave. La insulina en ayunas es el marcador más sensible, con un nivel óptimo por debajo de 5 µU/mL. Los triglicéridos en ayunas deben estar por debajo de 100 mg/dL. La hemoglobina A1c también es un indicador valioso.